sábado, 1 de noviembre de 2014

Gadaffi. Auge, historia y caída (II). Sus inicios y primeros años al poder

Leptis Magna, legado romano en Tripolitana, que Gadaffi supo conservar
 
Nacido al raso en una jaima  de la tribu beduina gaddafa, pastores nómadas del desierto de Sirte, en la región de Tripolitania, y de ascendencia árabe-bereber, su familia tenía un historial nacionalista. Su abuelo paterno murió combatiendo a los italianos que invadieron el país en 1911 y su padre, conocido como Abu Minyar y fallecido en 1985 a una edad casi centenaria, sufrió sus cárceles antes de ganarse la vida como obrero industrial en Sirte. En 1952 el niño entró en la escuela coránica de Sirte y cuatro años después pasó al liceo o escuela secundaria de Sebha, en la región interior de Fezzan.

La revolución egipcia de 1952 liderada por el general Naguib y el coronel Nasser, que produjo el derrocamiento de la monarquía probritánica del rey Faruk I e instauró la república nacionalista en el país vecino, impresionó vivamente al niño Gaddafi, que apenas superada la década de vida se estrenó como propagandista del nasserismo en Libia. En fecha tan temprana como 1956, creó junto con otros adolescentes una célula revolucionaria que ambicionaba la caída del rey Idris as-Sanusi, puesto en el trono por los aliados occidentales en 1951 y visto con profunda antipatía por las nuevas generaciones de nacionalistas libios, a cuyos ojos no era más que un pelele feudal, incapaz de galvanizar la endeble identidad nacional libia. Propenso a la abulia y con problemas de salud, Idris lamentaba no haber podido dar un heredero de su directa descendencia al trono, siendo el primero en la línea de sucesión uno de sus sobrinos, el príncipe Hasan. Pese a la debilidad y el carácter arcaico de su sistema político, la subdesarrollada Libia vislumbraba un futuro de crecimiento y prosperidad gracias a su riqueza petrolera, descubierta en 1959 y comercializada a partir de 1963.

Joven brillante y capacitado, Gaddafi sobresalió en sus estudios hasta que en 1961, fichado por la policía por sus actividades antimonárquicas, fue expulsado del liceo de Sebha, teniendo que concluir la formación secundaria en una escuela de Misrata, en la costa tripolitana, con la ayuda de un tutor particular. Consiguió matricularse en la Universidad de Bengasi y a la edad de 21 años se graduó en Leyes. Sin embargo, decidió no iniciar la carrera de abogado y a cambio, el mismo año 1963, ingresó en el Colegio Militar de Bengasi, donde encontró un terreno abonado para difundir sus ideas republicanas y de paso zafarse de la policía secreta del rey. A mediados de los años sesenta y siguiendo el ejemplo de su ídolo, Nasser, constituyó en la más estricta clandestinidad con otros compañeros de armas un denominado Movimiento Secreto Unionista de Oficiales Libres.

Su actividad subterránea no afectó en lo más mínimo a su carrera militar, que progresó rápida y lustrosamente. En 1965 recibió con los máximos honores el despacho de teniente y a continuación asistió a unos cursos de perfeccionamiento en el Reino Unido, concretamente en el Royal Armoured Corps Centre de Bovington (Dorset), la Academia de Beaconsfield (Buckinghamshire) y, de acuerdo con reseñas biográficas difundidas luego de hacerse con el poder, en la prestigiosa Royal Military Academy de Sandhurst (Berkshire), si bien esta institución niega hoy haber tenido entre sus alumnos al dirigente libio. Otras fuentes limitan su adiestramiento en el país europeo al British Army Staff College de Camberley (Surrey). En cualquier caso, lo cierto es que en 1966 se reincorporó al Ejército libio y que en agosto de 1969 ascendió a capitán del cuerpo de señaleros.

Derrocamiento del rey Idris y proclamación de la República
Su nombre permaneció en el anonimato hasta que el 1 de septiembre de 1969 tomó parte en el golpe de Estado que derrocó el régimen "reaccionario, atrasado y decadente" de Idris, mientras éste se encontraba en Turquía para una cura de reposo. Los golpistas decidieron actuar justamente en la víspera de la puesta en práctica del instrumento de abdicación firmado por Idris el 4 de agosto anterior, por el cual accedía a entregar el trono al príncipe heredero Hasan, quien de hecho ya venía despachando los asuntos del Reino como un regente de hecho.

Revelado como el cerebro del limpio y fulminante movimiento sedicioso, el capitán Gaddafi, con tan sólo 27 años, se puso al frente de la junta militar de doce miembros, el Consejo del Mando de la Revolución (CMR), y anunció los puntos programáticos del nuevo régimen, que exudaban nasserismo y nacionalismo: la neutralidad exterior; la unidad nacional como paso previo para la consecución de la unidad árabe; la prohibición de los partidos políticos; la evacuación de las bases militares británicas y estadounidenses (exigida a las capitales respectivas el 28 de octubre); y la explotación de la riqueza petrolera nacional en beneficio de todo el pueblo. Asimismo, proclamó la República Árabe Libia –el mismo 1 de septiembre- y se hizo ascender a comandante supremo de las Fuerzas Armadas con el rango de coronel.

El 8 de septiembre fue nombrado un Gobierno con Mahmud Sulayman al-Maghribi, un tecnócrata rescatado de las cárceles de la monarquía, de primer ministro y con mayoría de ministros civiles. Una Proclama Constitucional emitida por el CMR el 11 de diciembre dio respaldo legal al nuevo orden de cosas, si bien el ordenamiento político, falto de soportes institucionales, era a todas luces provisional.

Por lo que respecta a los destronados Sanusi, Gaddafi y sus compañeros de levantamiento no se anduvieron con muchas contemplaciones. El príncipe Hasan y numerosos miembros de la familia real fueron puestos bajo arresto domiciliario, situación que iba a prolongarse durante bastantes años y que para el primero empeoró en noviembre de 1971 al caerle una condena a tres años de prisión. En cuanto a Idris, ido al exilio en Egipto (donde iba a fallecer en 1983 a los 94 años), fue juzgado in absentia por el mismo Tribunal Popular que sentenció a su sobrino y condenado a muerte en rebeldía. Otros destacados cortesanos y ex ministros de la monarquía fueron castigados con diversas penas de prisión. La severidad de las condenas estaba cantada desde el anuncio por el CMR en julio de 1970 de que había abortado una conjura para restablecer la monarquía.

En agosto de 1971 Gaddafi desposeyó de sus cargos a la mayoría de los miembros del CMR, cuyos nombres no fueron desvelados hasta tiempo después, cuando Maghribi fue despedido y el puesto de primer ministro quedó vacante, y acaparó sus funciones. El régimen revolucionario no tardó, pues, en adquirir una naturaleza básicamente personalista. Entre el 10 de enero y el 16 de julio de 1972 Gaddafi, aunque sin adoptar el título de primer ministro, desempeñó la jefatura del Gobierno, reteniendo a la vez la cartera de Defensa, para asegurarse de la correcta ejecución de sus disposiciones.
 
Con Nasser

El 28 de marzo de 1970, al cabo de unas duras negociaciones y en medio de masivas manifestaciones nacionalistas, se consiguió la retirada de los últimos soldados británicos de las bases aeronavales próximas a Tobruk (la base de Al Adam) y Bengasi. El 11 de junio siguiente, Estados Unidos evacuó asimismo la gran base aérea de Wheelus, cerca de Trípoli, que fue entregada a los egipcios a cambio de instructores militares y que pasó a denominarse base aérea de Okba Ben Nafi (hoy, aeropuerto internacional de Mitiga).

Nacionalizaciones, planificación económica y fuerte inversión social
En el terreno económico, las medidas introducidas por Gaddafi y el CMR no dejaron lugar a dudas sobre su alcance revolucionario. En junio de 1970 fueron nacionalizadas algunas compañías petroleras occidentales y en diciembre se hizo lo mismo con las sociedades bancarias con participación de capitales extranjeros. Todos los bancos sin distinción fueron obligados a poseer un mínimo de un 51% de capital de titularidad libia y a destinar la mayoría de los puestos de sus consejos de administración a ciudadanos libios. 
 
De todas maneras, la expropiación de la industria petrolera en manos extranjeras no fue completa, si bien una de las compañías afectadas fue, en diciembre de 1971, la poderosa British Petroleum. Las demás multinacionales, a cambio de conservar su integridad, fueron obligadas a pagar más al Estado por sus derechos de explotación. En septiembre de 1973, finalmente, se anunció la nacionalización del 51% de las propiedades de todas las firmas petroleras. Tras esta última intervención, el Estado libio, a través de la Corporación Nacional del Petróleo (NOC), pasó a controlar el 60% de toda la producción petrolera, porcentaje que subió al 70% en los años siguientes.
Con Boumediene

 Simultáneamente, se adoptó un ambicioso programa de obras públicas, dotación de servicios sociales a una población bastante desatendida y extensión de la tierra cultivable a costa del desierto. La campaña nacionalizadora se abatió con especial intensidad sobre las propiedades italianas, que tenían una importante presencia en el sector agropecuario: todos los bienes fueron confiscados y los propios colonos y sus descendientes, cuya presencia se remontaba a la invasión por Italia en 1911 de las provincias entonces pertenecientes al Imperio Otomano, fueron expulsados a su patria de origen. Lo mismo les sucedió a los pocos judíos que quedaban en el país. En líneas generales, el intervencionismo estatal se orientó al control de las grandes empresas, mientras que la pequeña empresa continuó en manos privadas.

Gaddafi depositó su confianza en el modelo de economía planificada y persiguió el control de la producción petrolera para distribuir sus rentas, empresa muy necesaria en un país donde la precariedad golpeaba a extensas capas de la población. Gracias a la gestión patrimonial del hidrocarburo y a los subsidios generalizados, la sociedad libia, con suma rapidez, pasó a disfrutar de unos estándares vitales sin parangón en África y también punteros en el contexto árabe, condición en la que los vaivenes económicos por las fluctuaciones en el precio del petróleo, las costosas aventuras exteriores de Gaddafi y las sanciones internacionales tuvieron un impacto limitado.

Las constantes inversiones del Estado en sanidad (el sistema público de salud ofreció una cobertura universal y gratuita, aunque la calidad de los servicios dejaba bastante que desear fuera de Trípoli y Bengasi), educación, vivienda y recursos hídricos, así como los precios subsidiados de los alimentos básicos, permitieron mejorar drásticamente índices como la alfabetización (el 64% de la población en 1990 y el 87% en 2010), la esperanza de vida al nacer (67 años en 1990 y 77 años dos décadas después) y la tasa de mortalidad infantil (el 64‰ y el 20‰, respectivamente). Desde la década de los setenta, Libia experimentó grandes avances en la reducción de la incidencia y la erradicación de enfermedades infecciosas, y los casos de pobreza extrema llegaron a ser raros. Transcurridos 40 años desde la subida de Gaddafi al poder, prácticamente el 100% de la población urbana, y la mayoría de la rural, tenía acceso a servicios de saneamiento y agua potable de óptima calidad en sus hogares, un verdadero lujo en un país perpetuamente árido.

La disponibilidad de abundante agua fresca en las áreas densamente pobladas de la costa fue una realidad a partir de mediados de los años ochenta con el lanzamiento de un faraónico proyecto "El Gran Río Hecho por el Hombre" para bombear y canalizar 6,5 millones de metros cúbicos diarios desde 1.300 pozos abiertos sobre una enorme reserva de agua fósil, de decenas de miles de años de antigüedad, depositada a gran profundidad bajo las arenas del desierto. Al relativo desahogo de la mayoría de la población contribuyó la generosidad con la gasolina, vendida a precios irrisorios.

Supresión de libertades y establecimiento del Estado policial
El devoto musulmán sunní que Gaddafi era, no obstante profesar una ideología política, el panarabismo, conocida entre otras cosas por su secularismo, sacó a relucir una severa escala de valores en materia de costumbres. El coronel impuso la moralización islámica de las conductas sociales, lo que se tradujo en la proscripción del juego, el consumo de alcohol, los locales de alterne, el pelo largo en los hombres y las vestimentas más asociadas a la cultura popular occidental. Pero, por otra parte, en una aparente contradicción –de las muchas que iban a jalonar su chocante trayectoria-, impulsó vigorosamente la posición en la vida pública de las mujeres, cuyo estatus jurídico, opciones profesionales y posibilidades de promoción social se acercaron a los de los hombres en una medida mayor que en cualquier otro país árabe-musulmán, salvo quizá el vecino Túnez de Habib Bourguiba, un laicista recalcitrante.

Este esquema represivo que vigilaba el comportamiento cívico y social de los libios se extendió con fuerza a los ámbitos político y sindical a partir de junio de 1971, cuando el CMR adoptó una serie de medidas encaminadas a silenciar cualquier contestación a las disposiciones del régimen militar. Así, se prohibió el derecho de huelga, se impuso una férrea censura informativa y se codificó la pena de muerte para los delitos tipificados como contrarrevolucionarios, amplia denominación penal que permitía al poder hacer un uso discrecional de sus cortapisas a las libertades. Los reos juzgados por los tribunales populares ya no podían apelar sus sentencias ni ser defendidos por otros abogados que los que designara el Estado. El remedo de Constitución que iba a promulgarse en 1977 omitió una declaración de derechos y libertades. 

El nacionalismo autoritario entusiasmó en estos primeros años de la revolución a los austeros pobladores del desierto de estirpe beduina y a las empobrecidas masas proletarias de las ciudades, pero no así a los sectores más cosmopolitas y educados de la sociedad (académicos, periodistas, abogados, médicos) que hubieron de acomodarse al torrente de cambios desencadenado por Gaddafi. Muchos de quienes no estaban dispuestos a someterse emigraron al extranjero. Los que se quedaron y osaron contestar o criticar, fueron detenidos, encarcelados y en pocos casos, ejecutados o dados por desaparecidos.

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