domingo, 22 de febrero de 2015

España en las Guerras del Opio. Otra gran intervencion naval desconocida

Este artículo lo he encontrado en el excelente blog naval de ABC "Espejo de Navegantes", en español es contadísimo y breve lo que hay escrito sobre el tema. Por tanto vaya para el autor la mayor gratificación, por haber despejado lagunas sobre esta desconocida y larga intervención naval española en las costas de China. Lo reproduzco íntegramente, el autor es José María Lancho y lo publicó el 27 de noviembre de 2014.
 
La mayor victoria naval española del siglo XIX: España y las guerras del opio

La mayor victoria naval española del siglo XIX: España y las guerras del opio

 
También parte de la condición humana, en el Libro Negro de la Historia, quedó sin escribirse  una página especialmente horrible del siglo XIX y, sin duda, algunas pocas líneas de aniquilamiento, corrupción y miseria no fueron escritas y quedaron en buena parte pendientes, como un pequeño legado en blanco, secreto para quien quiera retomarlo del suelo de la memoria esparcida de lo hispánico.
Me vengo a referir a la decisión de la sociedad española de rechazar la plantación y el comercio del opio y la política de su imposición comercial a China, por medio del contrabando y la guerra, fenómeno ideado y fomentado por parte de las potencias coloniales del siglo XIX especialmente Gran Bretaña. La incompatibilidad aún más que de nuestras leyes del rechazo moral generalizado al comercio del opio y de una tradición enemiga de esa práctica, es el invisible legado de una época muy dura de la historia de España.
Efectivamente, España disponía de las mejores condiciones logísticas desde Filipinas, tan próxima a  las costas chinas, para haber entrado como agente principal en la producción y el comercio del opio desde el siglo XVI, tal como hicieron los holandeses con Indonesia. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales había importado importantes cantidades de opio desde Bengala, que llegaron a alcanzar las 100 toneladas anuales, solamente para Indonesia. El suministro masivo era un doble negocio pues el opio se había utilizado no sólo para comerciar con enorme beneficio sino para reducir y desintegrar las elites y la resistencia moral de los indonesios. Era una valiosa arma de la política colonial europea y fue tan útil que generó lealtades más eficientes que los ejércitos hasta el punto que los portugueses, que habían llegado antes que los holandeses, fueron eficazmente desplazados y jamás pudieron volver a las narcosociedades creadas por los holandeses. Así quedó marcado el camino del éxito para una implantación estable, rápida y enormemente lucrativa del comercio de la droga en el Extremo Oriente Asiático.
De haber interesado a España este mercado, nuestro país disponía además de una gran ventaja añadida, había mantenido un enorme circuito comercial con China a través de México, manteniendo relaciones de confianza de enorme complejidad con aquel imperio enorme y sofisticado, precisamente  recurriendo a la comunidad china radicada en la propia Filipinas, elemento fundamental de la economía hispanofilipina y, paradójicamente, de los dos imperios chino e hispánico, y es que México fue posiblemente el mayor socio comercial de China por varios siglos. En todo ese tiempo el opio no fue parte de un enorme comercio e incluso cuando se creó la Real Compañía de Filipinas únicamente se produjo un caso, en pleno momento de desintegración de la Monarquía, y precisamente un caso de corrupción, en 1810, que implicase ese tráfico.
La desesperación de los directores de la Honorable Compañía Inglesa de las Indias Orientales por su incapacidad de vender algo que interesara a los chinos (evidencia de los límites de la primera revolución industrial y el eurocentrismo con el que se examina normalmente Asia) que poseían una industria bastante eficiente, conocedora del mercado europeo e inexplicablemente omitida por la ciencia europea de la historia económica. Los chinos salvo los relojes despreciaban la mayoría de los productos ingleses de la primera revolución industrial, así que la labor coordinada del Gobierno, funcionarios y comerciantes ingleses hizo que buscaran un producto que fuera irresistible para cualquier mercado en que accediera sin restricciones legales: una droga, en concreto una llamada opio. En un principio intentaban por medio del contrabando compensar su desastrosa balanza de pagos  en el último tercio del siglo XVIII y comienzos del XIX cuando la eficiencia administrativa china empezó a interceptar cargamentos y a detener contrabandistas ingleses. En consecuencia, Reino Unido, el país colonial hegemónico en aquel momento en Europa,  emprendió las iniciativas militares que permitirían que el opio producido y comercializado por ellos pudiera venderse libremente en China a pesar de la oposición de sus gobernantes.
Esta es sin duda una de las páginas más espantosas de los imperialismos del siglo XIX, cuando se habla de la guerra del Opio como dos guerras distintas se juega a dividir un fenómeno imperialista unitario, a eso llamo la Guerra del Opio, con independencia de sus dos concretas expresiones bélicas esto son las dos guerras del opio contra China y que sustentadas sobre teorías raciales, claramente iluminaron el siglo XX y su legado exterminador y que con tanto interés se ha atribuido únicamente a unos respecto de la gestación ideológica del genocidio.
 
La singularidad española respecto a la comercialización del opio
Varios autores europeos y el mismo José Manuel de Vadillo, relevante político e historiador de la primera mitad del siglo XIX,  destacaban la singularidad de la prohibición del cultivo de opio en Filipinas bien por razones de moralidad o de salud pública. Un polígrafo  nada sospechoso de simpatizar con una práctica que era claramente contraria a los dictados económicos de ese siglo, Rafael Díaz Arenas, manifestaba que ningún hombre ilustrado del siglo XIX podía entender la prohibición durante siglos en Filipinas del cultivo del opio.
El decisivo “no” de la Armada al comercio del opio.
Una de las decisiones legislativas más memorables del siglo XIX fue la prohibición general de 1814 efectuada por José Ramón de Gardoqui, Capitán General y Comandante general de la marina en Filipinas, el mismo que comandó el Navío Santa Ana en la batalla de Trafalgar,  sobre la tenencia, comercio y uso del opio y que venía a endurecer legislación existente anterior, lo que demuestra el apartamiento de nuestro país de lo que era una práctica masiva desarrollada por estructuras globales como la Compañía de las Indias Orientales institución política-mercantil-militar implicadas en el tráfico masivo de la droga del opio hacia China. La memoria no ha hecho sitio en su cuadro de honor a este marino que dio uno de los últimos destellos de la gran Armada española del XVIII y conservó para la dura travesía del siglo XIX un ejemplo, que incluso en nuestras distancias del tiempo en que escribimos esto resulta iluminador y sorprendente.
El Navío Santa Ana comandado por José Ramon Gardoqui
La prohibición no era la primera en la historia de las Filipinas española pero en el momento en que se adoptó con enormes dificultades financieras, con un comercio a pocos kilómetros absolutamente millonario llevado a cabo por Inglaterra a base de opio sobre las costas de China y  que, sin duda, podría haberle hecho inmensamente rico, Gardoqui demuestra el alto nivel intelectual y moral de la Armada del siglo XVIII .
Los siglos de prohibición, sin embargo, no merecieron especial valor a ese inevitable incapaz, Fernando VII, que autorizó –aunque con muchas restricciones- el cultivo del opio en derredor de  Manila en abril de 1828. Efectivamente autorizó el cultivo en una zona cuasi estéril para la amapola, bajo estricto control administrativo, recuento de plantas y un fuerte arancel. Nadie plantó y todo el mundo interpretó la norma como una continuación tácita de la prohibición
Además de las restricciones de esta regulación semejante negocio que no contó con el interés ni simpatía del pueblo filipino. Hay que reconocer entre las causas que Filipinas era un país con una enorme presencia de religiosos católicos, por un lado, (y una enorme y activa colonia de chinos cristianos mayoritariamente comerciantes) que tenían además un incuestionable influjo sobre la sociedad criolla e indígena, incluso desde una sensibilidad laica contemporánea no es difícil identificar un elemento ideológico radicalmente congruente que convertía poco menos que en imposible plantar extensiones de droga en Filipinas.  La utilización de las antiguas redes comerciales no resultaban  tampoco muy útiles, hay que tener en cuenta que en china había más de 250.000 cristianos sólo en las misiones dominicas dependientes de españoles y que los canales tradicionales comerciales, resto de siglos de la especial relación hispano-china jamás resultaron idóneos o ideológicamente afines para el comercio del opio.
Lord Palmerston, Primer Ministro de Inglaterra y por derecho propio la personalidad más relevante en la historia universal de las drogas.
Pero ¿realmente no hubo nunca españoles implicados en el comercio del opio a China? Para responder a esta pregunta me he preocupado en analizar las propuestas del historiador británico Weng Eang Cheong, autor que ha sido objeto de duras críticas académicas y que sin embargo ha creado una modesta escuela en torno al revisionismo histórico de las guerras del opio. Este historiador sostiene la importancia de una conexión hispanobritánica entorno al comercio del opio. Merece citarse al respecto algo que debería poner en su contexto todo este discurso, en concreto al mismísimo Gladstone, una de las figuras políticas inglesa de aquél siglo, en uno de sus discursos parlamentarios en 1840 cuando afirmaba que “¿Acaso sabe Usted que todo el opio que se introduce de contrabando en China procede exclusivamente de puertos británicos, es decir que se produce en Bengala y llega a China a través de Bombay”. Ese revisionismo, destinado a internet básicamente, y a ocultar los perores espectros del imperio, recurre incluso a restar relevancia a los efectos de la adicción a esa droga. Me sorprendió encontrar una reciente tesis doctoral en España alineada a las tesis revisionistas británicas tanto en lo que respecta a relativizar el efecto del opio sobre la salud humana y su efecto social, citando a R. K. Newman quien según el autor “fue el primero en analizar el opio en Asia de una manera más distante y menos anatemizada”. “Entre todas sus propuestas, una de las más interesantes es la relativización de los efectos de la sustancia, indicando que un primer paso para desmitificar el problema del opio es «entender la evidencia científica sobre el impacto de la droga, o falta de ésta, sobre la salud del consumidor»: afirma que raramente el opio amenazaba la salud o acortaba las vidas”. De forma amistosa invito al investigador a leer a otro doctor, de Barcelona, Antonio Pagador, quien conoció de primera mano los efectos destructores de la droga e hizo en los años 20 y 30 uno de los estudios medico sociales más interesantes sobre el fenómeno del opio y la morfina. La Organización Mundial de la Salud y la propia legislación británica (que sabe de lo que prohíbe) también se alinea con esta conclusión sobre la naturaleza venenosa y destructiva del opio.
La tesis, asimismo, se sumerge en detectar los empresarios españoles que tuvieron una participación en ese comercio. Hubo traficantes pero el papel desempeñado por los mismos dista mucho a sostener ningún “protagonismo español”. El más peligroso fue Lorenzo Calvo, quien no sólo tuvo problemas con la Real Compañía Filipina que lo demandó sino con sus sucesivos socios debido a su tendencia a arruinarse. Hay que señalar que sus compañías tenían su sede en Cantón y en París y hasta que lo decide usar Jardine, Matheson & Co, empresa que obtuvo tanto botín del comercio del opio que aún sobrevive en la actualidad. Calvo intentó utilizar opio turco sin éxito. La mayor parte del capital de este repugnante personaje fue británico o indio y el número de cajones de opio nunca representó un número superior –directo o indirecto- a los 500 cajones por año y esto durante dos o tres años. Tiempo en que las exportaciones a China ascendían a más de 30.000 cajones si no a 40.000, es decir este individuo y sus socios  en un tramo entre el 1 y el 2 por ciento.
En 1837 el gasto en opio en China era de 16 millones de pesos fuertes un valor superior a muchas industrias de países europeos, el papel de aquél grupo de traficantes sin respaldo oficial fue tan repugnante como mediocre.
Todo ello a pesar de la situación desesperada de las rentas públicas filipinas, basándose muchas veces en empréstitos y en la búsqueda de soluciones desesperadas al haberse hundido el modelo económico basado en el comercio chinomexicano con base en el galeón de Manila. El gobierno Inglés y el agente de Palmerston en la comunidad mercantil inglesa en China, William Jardine, presionaron a las autoridades filipinas para obtener abastecimientos e incluso refugio cuando, inmediatamente antes de la primera guerra del opio, las autoridades chinas desalojaron a los narcotraficantes ingleses de sus costas, en concreto las poco más de 1000 cajas salvadas por esta honrada gente fueron trasladadas mayoritariamente a territorio filipino.
Sin embargo insinuar que el comerciante Lorenzo Calvo pretendía hacerse con el monopolio del comercio del opio de Bengala (¿conquistando la India a Gran Bretaña, con su vieja goleta? debe ser un error sintáctico de esa tesis. Su barco El General Quiroga, en honor a Facundo Quiroga fugitivo de España y general independentista argentino, nos da una idea del carácter de las relaciones con las autoridades legales españolas mantenidas por el traficante que era el sr Calvo. Hubo otras empresas metidas ocasionalmente en el ramo aunque a mucha menor intensidad (aunque no fuera por falta de voluntad): Yrisarri y Cª,  Larruleta y Cª y  Mendieta, Uriarte y Cª empresas moribundas desde su nacimiento y claramente fracasadas, no sólo en el tramo del opio.
 
El expediente Norzagaray
Uno de los personajes más singulares de nuestra dura historia del siglo XIX es el brigadier Fernando de Norzagaray, capitán general de Filipinas y enemigo del opio. En 1858 promueve un expediente en el que intervienen e informan todas las Corporaciones filipinas llegando a la conclusión que no convenía el cultivo de la amapola blanca en el pais por razones de moral y de salud pública. Eso en un momento en que el opio representaba más del 40% de las importaciones  chinas.
Fernando de Norzagaray
Norzagaray tuvo un destino triste, contrario a sus convicciones, hubo de someterse a las órdenes absurdas de su país que le obligaron a intervenir en la conquista de Indochina en favor de Francia. Sus tropas hispanofilipinas resultaron decisivas y lograron, con repugnancia, la caída de Saigón que le fue entregada al Imperio Francés. Allí nació otro capítulo más de la opización del Extremo Oriente.
La indeseada y lamentable toma de Saigón por tropas hispanofilipinas en favor de Francia
Francia, el opio y el mar.
Pretendemos detenernos en las razones por las que Francia, implicada por inercia en los intereses del comercio del opio británicos, sólo decide prohibir el opio en el siglo XX. Se trató del fruto de una serie de terribles polémicas que en la actualidad  inexplicablemente permanecen enterradas.
La primera es el trágico hundimiento del submarino Lutin en 1906, una catástrofe que la prensa y expertos atribuyeron a la narcotización de sus oficiales. Se han dado muchas explicaciones para esta desgracia y hoy internet no conserva el eco de la polémica que en su día tuvo como protagonista el papel del opio en aquel lamentable accidente.
Al año siguiente otro grave accidente en la rada de Tolón por parte de un buque de la armada, Nive. La oficialidad del buque estaba tan fuertemente narcotizada por el opio que fue incapaz de evitar el accidente.
Y es que la droga se había instalado tan fuertemente entre la oficialidad francesa  que un nuevo escándalo, ya final implicó a un oficial de la marina: Ulmo. Aquel hombre para soportar la intensidad de la labor civilizadora de la metrópoli necesitaba hasta 37 pipas de opio diarias. El escándalo implicaba a mucho otros oficiales pero hubo de ser enterrado para evitar un escándalo internacional. La prensa y los políticos hablaban de traición.
Lo cierto es que la imagen de una narcoarmada, de una columna de humo en cada buque de guerra naciendo desde decenas de pipas de opio de oficiales y marineros, disputándole el cielo a las fumarolas del carbón, se volvió una obsesión, y ciertamente esta caricatura llegó a instalarse en las agendas políticas. Algunos vieron que esta situación devolvería a la armada francesa a la situación postrevolucionaria, es decir sin oficialidad competente (en aquella ocasión por las depuraciones políticas de turno), momento donde se gestó buena parte de la leyenda de la marina de guerra británica a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX.
Francia aún vivía la obsesión colonial y el debate ideológico estaba más centrado en si Francia era capaz de crear colonias prósperas, línea divisoria entre las naciones decadentes como España o pujantes como Inglaterra.
Todavía en 1881 cuando se constituye la compañía pública británica British North Borneo Company a la que se le autoriza la implantación del opio en Borneo. En aquella época al menos el 10% de la población china era ya opiómana. El opio era para los colonizados, el fruto que le ofrecía la civilización colonial que se plantaba en la India británica y en las propias colonias para civilizar a la raza amarilla, o más bien sus posesiones, sus tierras y el fruto de su trabajo.
La British North Borneo Company también podía emitir moneda
El comercio del opio produjo una singularidad histórica y que consiste en el apartamiento singular de la sociedad y cultura filipino-española de semejante explotación. La agonía del imperio español pudo hacer que sirviera a intereses franceses e ingleses eventualmente incluso en ese tráfico, que España se mantuviera como un poder colonial pasivo, que en franca decadencia y desde 1844 llegase a autorizar que los chinos pudieran fumar opio en Filipinas manteniéndose prohibido para todas las demás etnias y se convirtiera en un monopolio fiscal o estanco. Sin embargo, es inevitable advertir, después de tanto tiempo dejado atrás, el valor de la decisión colectiva de aquellos españoles de dos continentes que no recurrieron al exitoso negocio del comercio y la plantación del opio, la extraña dignidad en medio de la postración y la guerra civil, de  que a pesar de todo rechazaron beneficiarse del negocio más lucrativo de Extremo Oriente a costa de la degradación y la muerte por el tráfico del opio, la forma química de lo peor de occidente.

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